martes, 19 de junio de 2012

Alguien que solía conocer



Y de nuevo dentro de la iniciativa "Dame, doy, ten y yo lo transformaré", con una foto de Helena del Pozo, surge este relato titulado: Alguien que solía conocer (frase cogida del título a la canción de Lisa Hannigan con la que amenizo las letras)


*La chica de los vaqueros y el polar rosa

Llovía, como siempre en mayo, pero nadie nos disuadía de ir a las playas y buscar animales muertos, conchas silenciosas, algas que se enredaban en nuestros pies...

Cada tarde dejábamos las mochilas en los porches y corríamos hacia el mar, con el bocadillo en una mano y la red en la otra. Todavía hacía frío, así que nos remangábamos los vaqueros para poder sentir el agua hasta las rodillas y secarnos luego con el viento.
Regresábamos a nuestras casas al anochecer, esperando la tarde siguiente. No concebía una tarde sin que él me sonriera, y apenas tenía catorce años.
Una vez me besó. En un cobertizo. Creo que también me agarró de la mano en el cine de verano.
Mi familia se mudó.
Todo se quedó en el pasado.


Lo recordé el otro día al sacar, de una caja que guardaba en el trastero, aquellas conchas envueltas en telas de colores. Era mi mundo particular, aquel en el que te refugias cuando empiezas a crecer, y lo tenía ahí olvidado.

Cogí el teléfono y llamé a mi tía. Era ya una solitaria anciana que se había quedado aislada en aquella casa de la que todos habían renegado con los años y sentí una tristeza inmensa al darme cuenta de que yo también la había olvidado. Le pedí el teléfono de la casa de los vecinos pero no contestó nadie. Hacía años que la habían vendido. Prometí ir a verla ese fin de semana y así fue como volví a coger conchas.
Había olvidado la sensación del frío en los pies, de las algas enredándose en los dedos, de la brisa secando las piernas... pero podía volver a recuperarlo. Lo tenía frente a mí, y no iba a dejar que se me olvidara de nuevo.
Había noches en las que soñaba con formas extrañas y no comprendía que eran, había momentos en los que mi mente se perdía unos segundos y no sabía dónde se había ido, había mañanas en las que dejaba correr un poco más de tiempo el hilo de la agua de la ducha y no entendía porqué.
Ahora podía vislumbrar un pequeño significado, por lo menos podía encontrar algo a lo que agarrarme. Una parte de mí no se había olvidado.


*El chico de los vaqueros y el chaleco negro

Llovía, como siempre en mayo, pero después del colegio, seguíamos pasando las tardes junto a la orilla, descalzos, inventando mundos, creando universos.
Siempre estábamos solos, porque nos gustaba, porque sabíamos cuando hablar y cuando callar, porque nos compenetrábamos. Sabía que iba a ser mi novia, pero no le agarré de la mano hasta una noche en la que veíamos una película antigua en el cine de verano. Ella se ruborizó. Más tarde la besé. Al día siguiente ella me entregó una caja hecha de conchas. Creo que todavía está guardada en alguno de los armarios de casa de mis abuelos.
Un día me dijo que sus padres habían decidido irse a vivir a la ciudad. Me dijo que vendría lo veranos, pero  nunca volvía a verla.

Hoy me he acordado de ella. Mi hija me ha traído una concha que le han dado en la escuela.
Llama mi madre y le pregunto por la familia que vivía a nuestro lado cuando éramos pequeños.
La señora Nicolasa llevaba sola mucho tiempo cuando vendimos la casa - me dice.
Le cuelgo y miro por la ventana. Está lloviendo, y veo su pelo chorreando en la orilla, su sonrisa mientras me agarra para que corramos a refugiarnos. Sólo somos dos adolescentes empezando a vivir.
Ahí fuera hay alguien a quien solía conocer, siento.
Oigo a mi mujer diciendo que la cena está lista. Me alejo de la ventana y camino lentamente hacia la cocina. La veo y una sonrisa aparece en mi rostro. El tiempo se pierde entre los minutos, pero yo he vuelto a coger el mio.





2 comentarios:

  1. Hacía tiempo que no leía una de tus historias...qué agradable!! Me he perdido (como siempre) muchos de tus eventos...algún día será...
    Un abrazo!!

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