viernes, 8 de junio de 2012

PEIL SOBRE PIEL



Mayka Cortés me dejó elegir entre varios de sus cuadros y éste fue el que me dejó imaginar esta historia. 

Dentro de la iniciativa:
"Dame ,doy, ten y yo lo transformaré"






PIEL SOBRE PIEL

Abría cada mañana a las nueve en punto, ni un segundo arriba, ni un segundo abajo. La persiana, de esas antiguas de madera que hacía un siglo que no se veían, se atrancaba siempre en el mismo punto y había que darle un pequeño golpe para que siguiera subiendo; la puerta giraba con una única llave que colgaba de su cuello día y noche; y los cristales, transparentes como el agua, daban paso a una pequeña tienda que nadie esperaba ya en esos tiempos. Una tienda de antifaces antigua.
Los años habían pasado y el mundo ya no era el mismo, pero todavía había gente que acudía a él para hacerse aquel artilugio obligatorio desde la época gris. 
Y es que él los hacía diferentes. No sólo porque escuchara las historias de las personas para poder empezar a trabajar, o porque utilizara ingredientes ya olvidados como la hierbablanca, la caléndula, el cuero o la seda. Sino porque los elaboraba cuidadosamente utilizando antiguas enseñanzas y un pequeño instrumento que había elaborado con los años, el astrovelo, para hacer que cuando su dueño lo llevaba nada más pisar la calle, una parte de él siguiera recordando que sus antepasados habían vivido de otra manera, y que todavía ellos podrían conseguirlo.

Dámaso tenía más de cien años, y su piedra del destino le había augurado todavía quince más. Vivía en la parte de la ciudad que había resistido a la invasión, rodeado de casas abandonadas o derribadas, calles semidesiertas, donde las pintadas en los muros recordaban los momentos de lucha, donde sólo al atardecer salía la gente a las calles y se sentaban a tomar el aire y conversar.
Durante el día se dedicaba a escuchar algún canal de radio prohibido y de vez en cuando se ponía música que le recordaba a otros tiempos. Cuando tenía encargos trabajaba entusiasmado en cada uno de ellos, sabiendo lo que supondría para esas personas. Muchas no habían tenido opción, muchas no podían salir de ese sistema que se había impuesto, pero ya que estaban obligadas a ello, por lo menos con sus antifaces recordarían que había una salida, por difícil que pareciera.

Esa mañana llegó a la tienda una chica joven que llevaba de la mano a su hija de cinco años. Era la edad para llevar el primero. Se sentó con ellas y les escuchó.
-Vendrán treinta niños más esta semana, le dijo la chica. Estamos organizándonos en el otro lado.
Sabía que había esperanza cuando miraba los ojos de aquella niña. Cerró la tienda y se fue a sus casa. Tenía que recolectar más materiales. Tenía que hacer los mejores antifaces, quizá había empezado el momento del cambio.


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