viernes, 6 de diciembre de 2013

Rompiendo mi día de novela por Mandela, ¡Lo merece!


Esto va por ti, Madiba, porque tus palabras llegaron y llegan, y porque tu ejemplo es un legado que nos queda para ser mejores y luchar por lo que realmente importa.

Mis letras suelen ser ficticias, pero basadas en algo real, y ante esto no he podido dejar de escribir y mezclar, como siempre, para enviarte una carta allá donde estés ahora. Una carta, un beso y un abrazo fuerte. Lo demás... siempre estará. 



Eran las diez de la noche cuando mi teléfono vibró y un mensaje hizo que mi cuerpo se quedara paralizado durante unos segundos, sin saber que hacer, sin saber que mover, que decir, que expresar.  Esperaba la noticia desde hacía tiempo, mis ojos se detenían en cada noticia intentando evitar lo inevitable, mi respiración se entrecortaba antes de que apareciera la primera página en pantalla, mis músculos se tensaban sabiendo que algún día, no muy lejano, iba a tener que escucharlo.

Sin embargo fue en una noche tranquila, mientras cocinaba uno de mis platos preferidos, y alguién pensó en mí al escuchar la noticia. Oí el sonido del móvil y tras terminar de pelar la cebolla, cogí un trapo para secarme las manos y paseé con tranquilidad hasta el salón para adivinar el porqué de ese pitido. 
Mientras mis pies se deslizaban sobre el parquet, escuchaba el silencio de la noche y pensaba en lo bonita que es la soledad de los momentos que la disfrutas contigo misma. La luz amarillenta de la farola estraba por la ventana, y las sombras de los muebles se paseaban por el salón en penumbra. 

Cogí el aparato y pulsé la tecla para leer el mensaje. Creo que me quedé paralizada, sin saber muy bien que hacer. Mis músculos se contrajeron y mi cara dejó escapar un gesto de miedo, una mueca de asombro y un destello de tristeza. 
Miré al infinito y encontré calma. 
La calma que está presente tras la tormenta, la calma que te ayuda a escuchar.
Entonces caminé hasta la cocina y miré las noticias. Ví su cara en la pantalla, ahí, sonriéndome, y tuve que devolverle la sonrisa. 
La tristeza se unió a una ola inmensa que me hizo tiritar y darme cuenta de que me sentía feliz. Feliz por haberle conocido, porque desde hacía tiempo caminaba a mi lado, cerca, sin querer separarme mucho de él  porque me hacía ser mejor, me hacía pensar, me hacía ver las cosas de otra manera, me hacía actuar, me hacía creer...

Así que me acerqué a la ventana de la cocina, esa desde la que se ve parte de la antigua muralla de la ciudad, desde la que las estrellas brillan con fuerza en la noche, y dónde la luna se alza a lo alto mirándonos y cubriendo el suelo de luz. 
La abrí y simplemente alcé la vista para mirarle. Le lancé un beso y cerré fuerte los ojos, para enviárselo. Corté unas cuantas siemprevivas y colgué el ramo en la cuerda de tender, decorando la oscuridad.

Así pude volver a coger el cuchillo y seguir cortando la cebolla. Puse música en el ordenador y seguí preparando la comida. Sintiendome más cerca aún de una persona que siempre caminará junto a mí.

2 comentarios:

  1. Precioso post Elosie, todos hemos perdido un poco con la muerte de Mandela, pero su ejemplo y las ganas de ser tan queridos como él nos hacen a todos mejor persona.
    Un beso!

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    1. Gracias Bionda, este hombre se merece que sigamos luchando los que nos quedamos como él lo hizo. Otro beso!!

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